En el bar La Andaluza –antes zapatería del mismo nombre– algunas mesas en la vereda, con sus respectivas sombrillas, son una buena opción para saborear un cafecito y disfrutar de
una conversación con un amigo, durante las amables tardes otoñales, o de la compañía de una fémina en una estrellada e inspiradora noche de verano. Desde allí, o desde buena parte del salón, la visión en diagonal de la avenida San Martín adquiere un marcado protagonismo.
El interior de La Nueva Andaluza tiene dos sectores diferenciados. Primero está el bar propiamente dicho, con las paredes revestidas con cerámicas esmaltadas color caramelo, con sus mesas y sillas, el mostrador y un televisor, donde los parroquianos suelen seguir los partidos de Argentinos Juniors, el crédito futbolístico barrial. Por detrás de la mampara está el área de juegos, donde se disputan intensos partidos de dominó (juegan cuatro veteranos y miran seis), y un poco más atrás el orgullo del Café: sus tres mesas de billar. El verde de los paños, las lámparas sobre las mesas y las taqueras en las paredes nos remiten, ineludiblemente, a las imágenes pictóricas del gran Carlos Torrallardona.
Un reloj, propaganda del café Casa do Café, en la pared por sobre los estantes con diferentes botellas, delata el correr sigiloso de las horas. El café con leche con medialunas se irá transformando en una cerveza y un especial de jamón y queso, que luego darán paso al café, tal vez cortado, y nuevamente al café con leche y tres de grasa. El vaso de vino, el vermouth, la copita de ginebra o de nuevo la cerveza, con un platito de maníes, irán cerrando el ciclo de cada día.
En un cartelito, por detrás de la barra, se lee: “Bar. Bebed con alegría. Amad con maestría, que de eso se trata la vida. Bienvenidos”