La artista coreana que llegó para quedarse
Con su motosierra, Kim Yun Shin aporta su legado oriental desde su taller en el barrio coreano en Buenos Aires.
Por su tradición criolla y europea, tal vez no sea lo más esperable que Buenos Aires tenga una gran presencia coreana. Sin embargo, en el barrio de Flores habita una gran comunidad originaria de esta nación asiática. Entre sus atractivos más importantes se destacan una iglesia, excelentes restaurantes que sirven bulgogi, bibimbap y kimchi, comercios que venden mercadería K-pop y un museo por demás intrigante: está plenamente dedicado al trabajo de una artista fascinante, un pilar de la comunidad local que se sintió atraída por Argentina debido a sus árboles pero que, finalmente, se enamoró de su gente.
 
Una calle residencial tranquila en Flores parece, en primera instancia, un lugar al menos extraño para un museo. Pero más extraño aún es que sea precisamente una motosierra la herramienta utilizada para canalizar una comunión con la naturaleza y el universo. Sin embargo es allí y con ese instrumento que Kim Yun Shin crea y exhibe sus obras de arte trascendentes y exploratorias.
 
 

Para Buenos Aires con amor

Kim Yun Shin nació en 1935 en la ciudad de Wonsan, actualmente parte de Corea del Norte, durante la ocupación japonesa. Parte de su familia escapó hacia el sur después de la división de 1945 y, una vez allí, estudió arte en Seúl. Durante los años 60 siguió formándose en París para luego volver a Seúl a dar clases de arte en la universidad durante veinte años. Luego, en la década de 1980, se mudó definitivamente a Buenos Aires. ¿Por qué? Inicialmente, porque aquí había mucha madera para tallar y, además, porque le ofrecieron participar de una exhibición para principiantes en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires. Pero luego de eso, se enamoró de la gente. “Llegué acá y me encontré con esta naturaleza silvestre, con sus tierras anchas y sentí el calor de la gente”, cuenta a través de un colega que hace las veces de traductor. Detrás suyo, una foto del Papa Francisco colgada en la pared de su taller es una muestra no sólo de su religión -se convirtió al catolicismo en Argentina- sino también del orgullo que siente por su país adoptivo, de donde obtuvo la nacionalidad en 1987. Aún hoy habla muy poco español, pero dice que siempre tiene a alguien cerca que la ayuda a comprender. 
 
Armada con su motosierra y dueña de una carrera poco tradicional, podría parecer que Kim es una artista punk, pero ella sostiene que no se está rebelando contra nada ni nadie. Trabaja diligentemente en su taller, todos los días desde las 8 de la mañana hasta las 8 de la noche, inmersa en un profundo silencio. En verano hace sus esculturas en madera y en invierno, cuando el frío aprieta, prefiere quedarse adentro pintando. “Vuelco mis pensamientos en la madera, no con violencia pero sí con el corazón y el alma. Dentro de esto, permanentemente estoy cuestionándome a mí misma. ‘¿Quién soy?’ La respuesta es que no soy nada y soy naturaleza, soy Kim Yun Shin pero no soy Kim Yun Shin, eso es es sólo un nombre”, explica.
 

Tótems de los recuerdos de la infancia

Los primeros trabajos de Kim Yun Shin pronto evolucionaron hacia la abstracción pero, mirando en retrospectiva, ella cree que fueron inspirados en las experiencias de su infancia. Recuerda que era tan sólo una niña cuando su hermano desapareció de pronto de su vida porque tenía que hacer el servicio militar y que todos los días, en el momento en que su madre la llevaba a buscar agua a la montaña, rezaba por su él. "Apilaba piedras de la ladera y prendía una vela", dice Kim. "Siento que me quedó grabada esta acción, esta búsqueda de una madre rezando y confiando, buscando la ayuda de algo más".
 
Esta búsqueda fue la fuente de inspiración de las esculturas en las que, al cortar y quitar piezas de madera, Kim crea obras de arte no planificadas, respetando la forma natural de la madera, muchas veces siguiendo con una idea de vibración, de sombras y ecos que se expanden. "A mí me encanta la naturaleza, entonces contemplo constantemente su estado natural y dejo en cada elemento una parte de sí, de su estado natural. Por eso, algunas esculturas conservan la corteza. Sólo con quitar algunos trozos y piezas se conforma algo nuevo", dice. “Ahí empiezo a trabajar sobre esta idea del todo, donde este no estar hace que efectivamente algo esté. Podemos pensar que este movimiento es energía que sale de mí, ya sea pintando de un color o cortando una línea, esto habla de una vibración que se expande".
 

Un legado para la comunidad

El Baek-Ku de Buenos Aires, como se conoce al barrio coreano entre sus residentes, es pequeño. Ubicado a lo largo de la avenida Carabobo entre las avenidas Eva Perón y Castañares, tiene una identidad que lo distingue. Kim es una personalidad muy respetada en la comunidad y ahora ve su trabajo como un legado para la ciudad. “La comunidad coreana tiene una gran relación y pone mucho empeño en todo lo que hace. Quiero dejar este mundo con mis obras como un legado, así como otros inmigrantes dejan a sus hijos como una contribución a la ciudad y como una característica que la comunidad coreana puede dejarle a la Argentina; la característica de este empuje de la comunidad".
 
Kim Yun Shin dice que, aunque puede haber resignado muchas cosas, la ciudad le ha dado otras más importantes. “Quizás dejé de lado algunas cosas, porque en Corea como profesora se puede vivir bien. Sin embargo acá tengo libertad para crear y tengo felicidad. Vivo feliz”.
 
Museo Kim Yun Shin, Felipe Vallese 2945, Flores.
 
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