Arquitectura colonial
De aquel tiempo de dominio español quedó un estilo muy particular, luego reivindicado cuando la Argentina ya era tal.

Fachadas simples, construcciones de adobe, hierros en las ventanas, techos de teja y caños de cerámica son algunas de las características de la arquitectura colonial. Dentro del eclecticismo porteño, es uno de los estilos más particulares.

¿Por qué colonial? 

Como indica su nombre, el origen se remite a la época en la que la actual Argentina estaba bajo el dominio español. Tan popular fue que a mediados del siglo XX surgió la arquitectura neocolonial, que proponía volver a las raíces. 

En 1716, el rey español autorizó a edificar una iglesia en las afueras de Buenos Aires. Actualmente es el barrio de Recoleta, céntrico y uno de los más turísticos. Pese a los cambios, lo que resiste imponente es la Basílica Nuestra Señora del Pilar. Tiene una sola nave y seis capillas laterales que disimulan el grueso muro. 

En la fachada tiene ventanas con piedra ónix translucida, llamadas Berenguela y un pequeño nártex perpendicular a la nave principal. Los altares laterales son de estilo barroco germánico y entre las imágenes se destaca el de “Señor de la humildad y paciencia”, de un autor anónimo. La torre del frente fue el punto más alto de la ciudad durante mucho tiempo con un capulín cubierto de mosaicos cerámicos Palais de Calais.

Dos arquitectos jesuitas

Los encargados de terminar las obras de la Basílica del Pilar fueron los sacerdotes Juan Bautista Prímoli y Andrés Blanqui, quienes también habían construido el Cabildo. Lo empezaron en 1711 y tenía seis arcos más, demolidos en su momento para el trazado de las calles Avenida de Mayo y Diagonal Norte. En su techo, las tejas son musleras –llamadas así porque los artesanos les daban forma con sus muslos- y cuenta con dos pináculos a los lados de la torre.

Después de un período en el que incorporó un estilo italianizante, en 1940 fue restaurado y volvió a su estilo colonial. El arquitecto Mario Buschiazzo estudió los cabildos españoles sobrevivientes, como el de Salta y el de Luján.

El turno de lo neocolonial

Cuando Argentina festejó su centenario en 1910, el estilo francés cobraba fuerza a nivel arquitectónico. Martín Noel, fundador de la Academia de Bellas Artes propuso volver a los raíces culturales y en tono desafiante construyó una inmensa casa de estilo colonial. Tiene un patio interno, combina zonas secas con áreas de jardines y una fachada blanca de muros revocados y ornamentada. Desde 1936 es el Museo Isaac Fernández Blanco.

Otra casa que corrió la misma suerte es la de Ricardo Rojas. Este erudito hombre de letras encargó a su amigo arquitecto Ángel Guido una construcción que combine lo hispano con lo indígena. Tiene dos plantas, un patio de recepción con jardín y fuente, una galería con arcadas, tejas y una fachada inspirada en la ornamentación de la Iglesia de San Lorenzo de Potosí. Es un claro ejemplo de la arquitectura neocolonial.

Durante esos años, la poderosa Mercedes Castellanos de Anchorena le regaló a su hija que se casaba una quinta de verano de estilo italianizante en el actual barrio de Belgrano. Pero el flamante marido, el escritor Enrique Larreta, la transformó con estética hispanicista con la versión más austera del barroco. Sencilla desde afuera, se construyó en una época donde se buscaba retomar la estética de la tradición.

No sólo casas

Quizás la obra neocolonial más distinguida de Buenos Aires es el Puente Alsina, que une Nueva Pompeya con la localidad de Valentín Alsina, cruzando el Riachuelo. Fue construido en 1938 después de dos fallidos. En 1855 se derrumbó durante la tormenta de Santa Rosa, un año después fracasó un intento de mampostería de ladrillo y la tercera fue la vencida en 1938. Primero fue de maderas duras como el lapacho y quebracho colorado y luego sustituido por uno de hierro.