Las tribunas azules y amarillas se esfuerzan en rodear por completo al campo de juego, pero no podrán porque en uno de los costados están los modernos palcos. Vista desde arriba parece una estructura plana, como si fueran paredes inútiles que sólo buscan calcar los colores de la camiseta.
La estructura es inmensa hacia arriba y empinada. Genera mareos, vértigos y da sombra. Las largas escaleras parecen en caída libre, como toboganes que desde el punto más alto de la cancha tienen un solo destino: el fondo. Detrás de los arcos, los paravalanchas, desordenados y a diferentes alturas, buscan evitar ese efecto. Se transforman en trampas visuales cuando está vacía, como obstáculos de un laberinto ingobernable. Por sobre todas las características, la cancha de Boca Juniors, tiene vida.
La Bombonera, según la voz del estadio.
En un principio, el club tuvo su estadio a pocas cuadras del actual, donde ahora está el centro cultural Usina del Arte. Para algunos, Boca es el orgullo del barrio, un foco de identidad en el país y una marca en el mundo. ¿La Bombonera? La materialización de ese fenómeno explosivo de emociones.
Lo más abajo es el túnel, camino al centro del mundo; hacia arriba, la pantalla gigante y las luces, inalcanzables y perdidas en el cielo. Tiene cables y caños a la vista, arcadas desparejas y papelitos del último domingo. La Bombonera no es un dios perfecto, es más humana. Cuando sus hinchas se ponen de acuerdo, saltan todos al mismo tiempo y el estadio no tiembla, late.
“Pioneros”, un relato ficticio inspirado en hechos reales.
El abuelo invita a su nieto por primera vez a la cancha.
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