En un espacio en medio de los árboles, cerca de los lagos del parque Tres de Febrero de Palermo, cuatro personas bajo el rayo del sol estudian desde diferentes ángulos a una gran escultura de bronce de dos ciervos. Están ideando cómo reproducir la figura de un tercer animal más pequeño que desapareció de la pieza; todo lo que tienen para hacerlo es una vieja fotografía de la obra completa, en la que van anotando medidas, ángulos y dimensiones.
Son parte de un equipo de trabajadores y artistas, que incluye a escultores, restauradores, administrativos y choferes, que está encargado de cuidar y poner en valor los miles de monumentos, esculturas, placas y bustos que se encuentran en diferentes espacios en la Ciudad.
En el taller, los estantes rebosan de figuras de mármol, bustos de bronce y moldes de yeso. Cerca, bancos de trabajo llenos de herramientas e instrumentos. Un gato que parece vivir allí deambula sin que lo molesten entre gigantes heridos; a uno le falta un brazo; al otro, la nariz.
A este lugar se lo conoce como “Hospital de las Estatuas”. Allí un equipo de personas de la Coordinación de Monumentos y Obras de Arte del Gobierno de la Ciudad trabaja para mantener los más de 2.000 monumentos de Buenos Aires. Lo que hacen, podría compararse con una operación quirúrgica. Una labor tan minuciosa como fascinante.
Cuando es posible, trabajan en el mismo lugar donde están levantadas las estatuas. Pero hay veces en las que la reparación es demasiado grande y los monumentos son llevados al taller, que funciona en las instalaciones de lo que eran los cuartos de servicio de la granja del exgobernador de Buenos Aires Juan Manuel Rosas.
Allí proceden desde a la limpieza o repintado de piezas hasta la restauración de obras dañadas o incluso la reproducción de elementos faltantes desde cero. Algunas piezas pueden estar listas en días, mientras que otras, como el venado, tardarán meses.
Buenos Aires es una ciudad de monumentos. Testigos silenciosos de la historia, forjadas en mármol y bronce, se levantan en parques, plazas y bulevares en los 48 barrios. Desde homenajes grandiosos a los padres de la patria, a los ideales sobre los que se fundó la Ciudad, pasando por efigies de las celebridades modernas. Incluyen piezas de Rodin, Luis Henri Cordier y Botero. Algunos contribuyen a la grandeza de la Belle Epoque de Buenos Aires, proveniente de un auge en la construcción de monumentos públicos en el período comprendido entre las décadas de 1920 y 1950, mientras que otros provocan una sonrisa o simplemente curiosidad. Todos ellos tienen que ser atendidos.
Como en un hospital regular, todos los pacientes son iguales. Ya sea un Botero, un Rodin o una pieza de autor desconocido, ninguna es más importante que otra.
El patio de esculturas, también conocido como MOA (Monumentos y Obras de Arte), es uno de los talleres más importantes de la Ciudad. Está ubicado en Berro 3880, en Plaza Sicilia, dentro del Parque Tres de Febrero, y funciona de lunes a viernes, de 7 a 14 h.