Un barrio con una historia, carácter e identidad que lo hace único e imperdible.
El encanto del barrio
En algún momento, quisieron cambiarle el nombre por Palermo Queens, convertirlo en una extensión del moderno barrio de Palermo con sus divisiones, como Palermo Hollywood o Palermo Soho. Pero los vecinos no lo permitieron: todos los que viven, trabajan y juegan en el barrio saben que esto es Villa Crespo y nunca, pero nunca será otra cosa.
Si bien es una zona que crece y evoluciona constantemente, quienes la habitan están orgullosos de su historia, carácter e identidad. Villa Crespo emana un encanto más discreto que Palermo y un ambiente más informal, más acorde a su historia de clase trabajadora. Las calles empedradas aún despiertan con el canto de los pájaros los domingos por la mañana y los antiguos locales y cafés del vecindario conservan su fiel clientela habitual. Por su parte, los nuevos bares, galerías, cervecerías y restaurantes que eligen Villa Crespo en lugar de Palermo, encuentran un ritmo diferente en un rincón de Buenos Aires en donde todavía se respira la “vida de barrio".
La bohemia de los trabajadores
El punto de partida es, siempre, un buen lugar para empezar a explorar, y este caso no es la excepción. En Villa Crespo, todo comenzó en el terreno que pertenecía a la Fábrica Nacional de Calzado, ubicada entre las avenidas Warnes, Scalabrini Ortiz y Corrientes. La fundación de la fábrica, en 1888, trajo consigo a un grupo de trabajadores inmigrantes que iniciaron el crecimiento de la zona. Así se originó la asociación del barrio con los productos de cuero. El legado viviente de ese comienzo tiene nombre y ubicación geográfica: la calle Murillo. En sus veredas se puede oler el cuero aún desde afuera de las docenas de comercios que se dedican a vender productos que lo usan como materia prima.
Los trabajadores que se establecieron en torno a la antigua fábrica provenían principalmente de Italia, pero también había muchos inmigrantes españoles, judíos y árabes, que solían vivir juntos en viviendas llamadas "conventillos". En sus patios se hablaban muchos idiomas y se compartían muchos ritmos, bailes y comidas. Hoy, en Serrano y Murillo -exactamente en Serrano 152-, sigue en pie la casa que inspiró El Conventillo de La Paloma, de Alberto Vaccarezza, una comedia muy popular que nació allá por 1929.
Siguiendo por Murillo, luego de cruzar la av. Juan B. Justo, llegamos a otro lugar icónico del barrio, el Club Atlético Atlanta. Ubicado en Humboldt 540, comparte colores con Boca Juniors, uno de los dos clubes más populares de la ciudad. En la comparación entre ambos hay una a favor de Atlanta: es mucho más fácil conseguir entradas para vivir la pasión del fútbol porteño acá que en La Boca. Sus hinchas se ganaron el apodo de “Bohemios” porque el equipo al principio no tuvo una cancha fija, pero el club finalmente consiguió tener su estadio en 1960, con la nada despreciable capacidad de 34.000 almas. Mientras que Boca Juniors eligió sus colores por la bandera de un barco sueco divisado en el puerto, los Bohemios eligieron el azul y el amarillo por los toldos de las tiendas la zona; ahora la inspiración se invirtió y muchos negocios locales pintan sus paredes y persianas de azul y amarillo en una orgullosa muestra de apoyo hacia su querido Club Atlanta.
Algo nuevo se está gestando
Exactamente enfrente de la autenticidad barrial del estadio de Atlanta, existe la posibilidad de deleitarse con un bocado de cocina gourmet. En Vera 699 está Yeite, un café dirigido por la chef pastelera Pamela Villar y la diseñadora de moda Jessica Trosman, cuyo estudio de moda se ubica al lado. En esta aparente incongruencia comienza a palparse la creatividad contemporánea de Villa Crespo. En medio de sus calles empedradas eternas, también existe la sensación de que algo nuevo está surgiendo; un espíritu creativo de renovación que es lo suficientemente respetuoso con la tradición e historia del barrio como para convivir felizmente. Yeite está lejos de ser el único café gourmet que elige el tranquilo y relajado barrio de Villa Crespo por encima del moderno Palermo: además, está Malvón (Serrano 789) con sus brunches y panes de masa fermentada, Café Crespín (Humboldt 293) y muchos más. Estos lugares parecen felices de cohabitar la zona con los imperdibles clásicos barriales. Si es la hora del almuerzo, es ideal probar los sorrentinos verdes con queso de cabra, tomates secos y espinacas en el ya tradicional Salgado Alimentos (Juan Ramírez de Velasco 401) o detenerse a probar lo mejor de la cocina judía en La Crespo (Vera 1001), donde una gran opción es dejarse tentar por un sándwich de súper pastrami antes de continuar explorando el barrio.
La creatividad cultural de Villa Crespo surge en combinaciones novedosas de intereses y pasiones. Por cada antiguo refugio clásico -como la Disqueria RGS (Corrientes 5200), con sus 50 años de historia en el centro comercial Galecor-, hay una nueva oferta peculiar, como Velazco Disquería y Bar (Juan Ramírez del Velasco 492). Este nuevo punto de encuentro para vecinos y ajenos es mitad bar, mitad tienda de discos de vinilo, donde es posible buscar discos y elegir algo para escuchar con una pinta de cerveza artesanal en la mano. También habitan el barrio lugares como Gould Libros (Acevedo 388), que se especializa en libros de música, cine, novelas gráficas y hasta ofrece clases de piano; y Mandrágora Libros y Cultura (Vera 1096), una casa antigua de fachada blanca y brillante, que es a su vez la casa de una familia y una librería meticulosamente curada en donde se ofrecen presentaciones, charlas y talleres.
El santo patrono del tango
Un hombre calvo con anteojos, vestido con una camisa blanca y moño, toca las teclas de un piano sobre el que descansa una rosa roja. Frente a él, su orquesta completa, con sus cantantes, violinistas, bandoneonistas y bajistas en plena acción. Este particular santuario en el cruce de las avenidas Corrientes y Scalabrini Ortíz con Luis María Drago es un homenaje a una de las personalidades que mejor reflejan la mezcla de la cultura creativa y el espíritu social de Villa Crespo. Hijo de un zapatero de la fábrica que hizo nacer al barrio, Osvaldo Pugliese (1905-1995) fue uno de los más fenomenales músicos y compositores de tango de la historia de Buenos Aires. Pugliese dirigió su orquesta como si fuese una cooperativa y pasó un tiempo en la cárcel por su orientación comunista. Durante su encarcelamiento, su orquesta tocó sin pianista y con una rosa roja sobre la tapa del piano como símbolo de la ausencia presente de Pugliese. Su música y humildad hicieron del músico una leyenda aún en vida, pero especialmente desde su fallecimiento se convirtió en un talismán para los vecinos del barrio. Hoy es una especie de pagano patrón cuya imagen aparece pintada en las paredes como si fuera un amuleto de la suerte, gracias a la “cábala” popularizada por algunos grupos de rock argentinos: según dicen, tocar un álbum de Pugliese antes de un concierto exime de toda posibilidad de sufrir problemas técnicos.
La noche
Como una consecuencia casi directa del tango, llegamos a la noche porteña. Y, para disfrutar de esta amalgama perfecta, en Villa Crespo hay varias milongas para pasar una noche bailando con la música de Pugliese y otros grandes maestros del tango de los años 40 y 50. Entre ellas, el Club Fulgor (Loyola 828) y Villa Malcolm (av. Córdoba 5064), que fueron antiguas guaridas del propio Pugliese; mientras que el Espacio Cultural Oliverio Girondo (Vera 574) ofrece un ambiente de tango under más contemporáneo.
Pero no todo es tango y Villa Crespo siempre tiene algo más para ofrecer. Buenos Aires siempre fue famosa por su teatro y en esta zona tiene una oferta teatral alternativa, que es pequeña pero próspera, centrada en la pequeña calle Juan Ramírez de Velasco. Allí hay dos teatros en una cuadra: el Nün Teatro Bar (Velasco 419 ) y El Arenal (Velasco 444). Además, hay un grupo de pequeños teatros en los alrededores y una novedad casi en el límite del barrio: en Serrano 1399 está Microteatro, que presenta obras cortas de 15 minutos para sólo 15 espectadores.
Si de tomar algo se trata, La Cava Jufré (Jufré 201) es un acogedor bar de vinos con un toque muy personal: con unas pocas palabras, su dueño Lito es capaz de elegir la botella adecuada para cada visitante. Por si fuera poco, Villa Crespo también es un barrio que está al frente en tendencias: 878 (Thames 878) fue uno de los primeros bares "ocultos" de puertas cerradas en la ciudad, que introdujo el concepto de manera discreta sin la teatralidad del estilo clandestino temático de los bares de Palermo. Sin señalización en su entrada, el hecho de que el bar esté en una calle residencial tranquila provoca que la sensación de estar escondiéndose sea aún más fuerte y real.
El ambiente under
Si la idea es visitar algo diferente, Casa Brandon (Luis María Drago 236) es un centro cultural LGBT descrito como un corazón con techo. Abierto a todos, alberga desde música en vivo hasta lecturas de poesía, pasando por lanzamientos de libros, proyecciones de películas y presentaciones artísticas. Además, es particularmente famoso por sus fiestas de los miércoles. El Club Cultural Matienzo (Pringles 1249) es otro centro cultural emblemático que ocupa una antigua casa de tres pisos llena de artes visuales: teatro, literatura, charlas, comedias, bandas independientes y festivales de cine.
Última parada para los noctámbulos: el Café San Bernardo (Corrientes 5436), uno de los atractivos más curiosos del barrio. Buenos Aires cuenta con 80 "bares notables", incluidos cafés históricos barriales. Algunos de ellos son grandiosos y elegantes, como el Café Tortoni o Las Violetas en el cercano barrio de Almagro, pero el Café San Bernardo no podría ser más diferente. "Muestra las cicatrices de sus 107 años", dice Laura Ávila, parte de la familia que dirige el club, café y bar social. "Esto es un dinosaurio y hay que cuidarlo", explica. El lugar abrió sus puertas en 1912 como un club de billar y apenas descansó desde entonces, abriendo de 9 a 5 h todos los días y para todos. Entre sus clientes se pueden encontrar desde sexagenarios que se reúnen día tras día para jugar a las cartas y dominó, hasta los millenials que juegan al ping pong. "La gente viene acá y respira algo diferente", dice Laura. "Aca se sienta a jugar al ajedrez un jubilado, un taxista, un empresario y el chico que vende paltas en la entrada del subte. Esto sólo puede pasar en un lugar muy atípico".
Este lugar, que ha sobrevivido a través de más de diez décadas, es representativo del ambiente relajado de Villa Crespo. "100 años atrás, Villa Crespo era los suburbios. Pero en los suburbios había cultura -la cultura del laburante, del inmigrante, del tango, de los malevos-”, explica Laura. “Es esta cultura barrial la que marca la identidad que Villa Crespo logró conservar y es por esto que la gente de acá lleva la camiseta puesta. Acá tocó Pugliese; tocó la primera bandoneonista de la Argentina, Paquita Bernardo. Villa Crespo es un barrio donde había muchas personalidades y la gente tiene una identidad tremenda. Vinieron muchas colectividades, muchas culturas juntas, y esta mezcla crea una picardía y complicidad que sigue atrayendo a la gente joven. Yo no soy del barrio y toda mi vida tuve una búsqueda de identidad, pero sin embargo acá encontré mi lugar".