Una típica postal del parque Las Heras, en Palermo, incluye rondas de mate entre amigos, familias paseando a sus mascotas y pequeños corriendo detrás de pelotas de fútbol. Sin embargo, un 28 de mayo de 1877, la flamante Penitenciaria Nacional recibía en ese mismo predio a 300 presos de los calabozos del Cabildo y, de esa manera, daba inicio a la leyenda.
El presidio seguía el modelo del panóptico de Bentham –con pabellones que concluían en una garita central– y predominaba el sistema auburniano –los convictos no eran llamados por su nombre sino por un número, eran aislados en celdas individuales y de día únicamente se dedicaban a trabajar (pero no podían conversar entre ellos) –. En otras palabras, se trataba de una cárcel de máxima seguridad.
Con el tiempo, el régimen se flexibilizó pero fue en 1961 que comenzaron los planes de derrumbe. ¿El motivo? El penal–muy celebrado por los expertos en criminalística–ya desencajaba en un barrio cada vez más poblado y rico. Finalmente, el 5 de febrero de 1962, en medio de los escombros, la bandera argentina fue izada por última vez.
En algunas ocasiones es pertinente comenzar por el final: en Sarmiento 1113, pleno centro porteño, un chalet de dos plantas más desván asoma por la terraza de un edificio de 9 pisos y desemboca en una vista panorámica única del Obelisco y la avenida 9 de Julio. No obstante, la singularidad mencionada se trata de una mera casualidad.
Hacia finales del siglo XIX, Rafael Díaz –un joven inmigrante valenciano– logró instalar su propia mueblería en Buenos Aires. Pero fue en 1927 que inauguró el chalet de 200 metros cuadrados sobre la azotea del edificio (inspirado en uno que había visto en Mar del Plata) y que hoy se destaca en una de las zonas más transitadas de la ciudad.
La primera curiosidad: los cambios urbanos lo favorecieron y fue recién en 1936 que vio cómo, a 100 metros, se erguía el Obelisco y, al año siguiente, las primeras cinco cuadras de la avenida más ancha del mundo. La segunda: lo construyó para dormir la siesta. Díaz vivía en Banfield y viajaba en tren hasta el centro todos los días, de manera que no tenía tiempo de volver a su casa al mediodía para comer y descansar. Entonces, ¿qué otra alternativa tenía más que edificar una segunda casa para tirarse un rato? Parece ser que ninguna.
En 2014, 90 años después, fue declarada patrimonio cultural de la Ciudad de Buenos Aires.
Son muchos los celulares que se apaisan para tomar una foto del peculiar edificio ubicado en avenida Córdoba 1950, en el barrio de Balvanera. Obra del arquitecto noruego Olaf Boye, este inmueble necesitó de 130 mil ladrillos para su construcción y, posteriormente para el revestimiento de la fachada, de la combinación de 300 mil piezas. Sí, nos referimos al Palacio de Aguas Corrientes, oficialmente denominado Gran Depósito Ingeniero Guillermo Villanueva.
De estilo ecléctico, fue inaugurado en 1894 con el objetivo de alojar los tanques de suministro de agua corriente de la creciente ciudad a fines del siglo XIX. En sus doce tanques puede albergar 72 millones de litros de agua, el equivalente a 29 piletas olímpicas llenas. Asimismo, mide 21 metros, tiene 180 columnas y ocupa una manzana entera.
En la actualidad, en su interior funciona el Museo del Patrimonio Histórico, cuya exposición introduce antiguos artefactos sanitarios y cañerías utilizadas a principios de siglo en viviendas porteñas. También revive parte de la historia sanitaria de Buenos Aires, junto a maquetas, publicidad de época y otros relatos inéditos.